Ya desde los orígenes de la fotografía ésta comenzó a ser
utilizada como un recurso al servicio de la pintura. El daguerrotipo, uno de
los primeros recursos de la naciente fotografía podía servir al artista para
ahorrarle tiempo en distintos terrenos: la pose del retratado ya no haría
falta tener a alguien posando durante horas ante el pintor, puesto que la
realización de una serie de fotografías serviría para que el artista,
posteriormente, hiciera su obra a partir da imagen fotográfica y no de la observación
directa del natural; el abocetado o dibujo de base dado que la exactitud y
finura de la imagen fotográfica podían equipararse al más preciso dibujo a
lápiz ola grabado a la aguatinta, sólo había que mejorar los contornos y las
proporciones para que pudiera servir como boceto; y, en última instancia, a
través de la realización de la llamada foto pintura es decir, la fijación de la
imagen fotográfica sobre un
lienzo, en vez de sobre papel o sobre una placa
metálica, para colorear después dicha imagen a mano.
La realidad no vino a
desmentirlo. De hecho, la fotopintura acabaría convirtiéndose, por ejemplo, en
una auténtica pesadilla páralos degustadores del arte pictórico. A mediados del
siglo XIX comenzarían a menudear los cuadros de acusado hiperrealismo, enorme
finura y precisión en los detalles, que en realidad partían de una base
fotográfica. Es decir, la imagen fotográfica, en ocasiones, estaba fijada sobre
el lienzo, y el pintor se limitaba a colorearla por encima y, como mucho, a
añadir o corregir algunos detalles menores de la composición.
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